miércoles, 10 de abril de 2013

Final: el adiós de Sebastián - Parte 1

Era insoportable, la vida simplemente era un tormento diario.

Una vez un amigo me preguntó que era lo que más me aburría de las personas, le respondí sin pensarlo dos veces: predictibilidad.
¿A qué me refiero con "predictibilidad"? Pues muy simple, en el transcurrir del día a día uno puede ir conociendo a una persona, le gusta lo nuevo de esa persona, aunque no sea necesariamente bueno, esa sensación mágica que tenemos hacia lo desconocido, una atracción que va más allá de lo físico... pero ¿qué pasa cuando llegas a conocer tanto a la gente que comienzan a ser predecibles? Es lo que me ocurre muy a menudo con las personas, he conocido tantos casos específicos de hombres y mujeres, cada uno con una historia diferente, nadie es igual a que los demás, pero si son muy evidentes, en pocas palabras, sus vidad son tan comunes que se vuelven predecibles, y eso es lo que me aburren de las personas, que son predecibles, por falta de creatividad, inteligencia o por cosas del azar que francamente no me interesa analizar en estos momentos.

Aprendí a odiar la predictibilidad de los individuos gracias a él, a Sebastián.
Recuerdo, ya hace muchos años, cuando contento y con timidez me dijo: Amor, hoy voy a contárselo a todo el mundo - ¿Estás seguro? No hace falta que lo hagas - ¿No quieres que lo haga? - No es eso Sebas, solo te digo que no debes hacerlo por obligación o porque sientas que tienes que hacerlo - Pero yo no lo hago por nada de esas cosas, lo hago porque quiero hacerlo, porque me siento orgulloso de ti, eres parte de mi vida, al igual que mi familia y mis amigos, ellos siempre te ven, pero me parece injusto que debamos escondernos, no hay nada que temer, somos tú y yo, y al que le duela que se vaya a la mierda.

Era la primera vez que Sebastián me hablaba con palabras rotundas, una seguridad plena que albergaba dentro un coraje y una felicidad inmensa, sentía en su mirada que era un hombre nuevo, me sentía feliz por él y por mi mismo, sin darme cuenta había hecho muy feliz a alguien, sin haberme esforzado o haberlo estudiado de ninguna manera, solo siendo yo mismo, tal cual, igual que él conmigo, logramos romper la barrera que tanto temor me daba: caer en una rutina destinada a la ruptura.
Con él todo era nuevo, lo he mencionado anteriormente y lo vuelvo a repetir.

Ese día tenía clases en la universidad, vagamente recuerdo la materia o a las personas con las que me vi ese día, estaba un poco preocupado e impaciente por como se tomarían los amigos de mi novio la noticia de que, evidentemente, era gay y que yo, Rasec, el amigo que siempre le acompañaba a reuniones y fiestas, era su novio.
Ese día no me llamó, no lo encontré, mantuvo el móvil apagado, tenía un mal presentimiento. Me repetía a mi mismo que eran paranoias mías, que todo estaría bien y que todo tenía una explicación, que darle vueltas al asunto no me ayudaría en absoluto a esclarecer mis dudas.
Esa noche me tendí en la azotea de mi casa a respirar mientras contemplaba la luna, una luna nueva que apenas estaba naciendo, tan delgada ella que sentía podía quebrarse en cualquier momento, tal vez con una sola brisa la luna se rompería en mil pedazos y dejaría de existir la poca luz que iluminaba mis noches quedándome en una oscuridad perpetua, esa oscuridad que había experimentado hace muchos años, esa falta de luz que te endurece tu corazón, cuando el mundo se vuelve tan pequeño que apenas puedes respirar.

Continuará...